Trabajadora social de la Academia Jane Long resuelta a hacer la diferencia

Suena el timbre, y de inmediato la charla de los estudiantes invade los pasillos de la Academia Jane Long, donde Berta Alicia Ontiveros, transmisor en mano y con una amplia sonrisa en el rostro, se va acercando a los jóvenes que, después del timbre de llegada tarde, se han quedado atrás.

«Vamos, corazón, que vas a llegar tarde», dice ella suavemente.

Ontiveros está terminando su tercer año de trabajadora social en HISD. Es parte del equipo de Jane Long, una escuela con un alumnado muy diverso donde se hablan varios idiomas. Para los estudiantes, de distintas culturas y orígenes, puede ser difícil adaptarse.

«Tenemos días duros. Tenemos días muy duros. Pero cada vez que regresamos, es un nuevo día», dice Ontiveros. «Hay que pensarlo de esa manera. Con suerte, podemos ayudar; aunque a veces es algo que te supera, pero yo hago todo lo posible para ayudar a mis estudiantes».

La labor de un trabajador social puede ser pesada, y Ontiveros ha tenido que hacer frente a muchas situaciones emocionalmente difíciles, desde la muerte, a un arresto, al abandono de los estudios. Ella ha trabajado con estudiantes sin vivienda, con jóvenes que se han fugado del hogar, estudiantes miembros de pandillas y drogados, y hasta estudiantes involucrados en actos violentos en la comunidad.

Ontiveros, quien se autodescribe como “ayudante”, siente que su papel de trabajadora social es un complemento de la función de los maestros y el personal de la escuela. Para ella, su trabajo es un “granito de arena” que se suma a los demás para formar la montaña de esfuerzo que se dedica a los estudiantes de Jane Long todos los días.

«A veces, un abrazo, una palmadita en la espalda, un elogio —que estos estudiantes tanto necesitan— o una demostración de amor… los consiguen aquí», dijo. «Y su educación, por supuesto».

Nacida en el pueblo de Brownsville, Ontiveros reconoce que no todo el mundo podría hacer su trabajo. Se necesita “algo muy especial” para ser trabajadora social en una escuela, dice, pausando para enjugar sus ojos húmedos.

No obstante, Ontiveros dice que nunca ha permitido que eso la detenga. Sencillamente, ella siente un llamado a trabajar con los estudiantes de Jane Long.

Ontiveros atesora los pequeños detalles. «Esas sonrisas, esos abrazos, los buenos días; me encantan», dice Ontiveros. «Cuando estoy en el patio de la escuela y oigo “Señora, ¡buenos días!”, “¡Hola, señora!”, “Señora, ¿dónde estaba ayer?”, me alegra el día. Espero que mis estudiantes sepan que realmente nos importan mucho».

 

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