Los niños refugiados del mundo también son nuestros
Todas las semanas, decenas de familias se mudan a Houston motivadas por nuestra reputación de ser una ciudad acogedora. Pero esta semana, lamentablemente, una familia tuvo que llegar a esta ciudad de manera furtiva.
La familia de origen sirio —un matrimonio con sus cuatro hijas— había cumplido con los estrictos requisitos y escrutinio de nuestro gobierno para recibir clasificación de refugiados, pero tuvieron que ser transportados a Houston con gran discreción por temor al tipo de recepción que podría esperarlos aquí. Podemos imaginarnos que ahora, en su nuevo hogar, tal vez ellos sienten algunos de los mismos miedos que los llevaron a abandonar su hogar anterior.
Hace apenas un año mucha gente de este país desvergonzadamente se negaba a aceptar un influjo de niños refugiados de América Central. Los jovencitos se encontraban confinados en centros de detención tras haber sido “pillados” tratando de mejorar su vida, a menudo poniéndola en peligro para reunirse con sus padres.
Lo dije entonces y lo vuelvo a decir hoy: los brazos de HISD están abiertos para acoger a familias de refugiados de cualquier lugar. Nuestro trabajo es educar a los niños. A todos los niños.
Las Américas, una escuela de HISD para refugiados en edad de secundaria, es un modelo de cómo habría que recibir a estos niños y sus familias, y de lo que sucede cuando a un menor traumatizado se le ofrece comprensión y se le infunde ánimo. Estas familias valoran la educación. Sus hijos están deseosos de aprender inglés, de hacer amigos y de atenuar los recuerdos de sus aterradoras infancias. Los niños de países que están en guerra pueden llegar a ser amigos íntimos cuando se dan cuenta de cuánto tienen en común.
En las últimas semanas, con el trasfondo del creciente clamor contra permitir la llegada de refugiados sirios a nuestra tierra, varias veces me vino a la memoria un niño sirio que conocí el año pasado en Las Américas. Él tenía una familia amorosa, un maravilloso hogar y estaba recibiendo una buena educación en su país cuando un día la guerra civil cambió todo eso. Con lágrimas en los ojos, el niño contaba cómo había aprendido a acomodarse de cierta forma todas las noches para evitar recibir un disparo de los tiroteos que ocurrían fuera de su casa, al otro lado de la pared de su dormitorio. Narró con detalles desgarradores el difícil viaje de huida que apartó a su familia de todo lo que era importante para ellos.
Aunque no es fácil rehacer una vida, él valora todo lo que ha encontrado aquí en Houston, principalmente la sensación de bienestar que su familia ha recuperado.
Estoy resuelto a lograr que este niño, y otros como él que han llegado a nuestro medio, continúen gozando de esa seguridad.
A veces, los tiempos de tumulto social propician situaciones en que niños y jóvenes se ven expuestos a las oportunidades de aprendizaje más significativas, y nos plantean el reto de enseñar con el ejemplo. Éste es uno de esos tiempos.
No podemos permitir que el miedo cambie quiénes somos y qué creemos. Por la simple razón de conveniencia política, no podemos menoscabar los principios de esta nación por la cual millones de personas, incluso inmigrantes, han luchado y muerto.
Y definitivamente, como distrito escolar y comunidad solidaria, no podemos rechazar a un niño y a una familia que procuran para sí los derechos fundamentales de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, y no lo haremos.